Homilía
I domingo de
Cuaresma
Gn 2, 7-9; 3, 1-7;
Rom 5, 12-19; Mt 4, 1-11.
La liturgia de la
Palabra de este día se expone en tres ideas fundamentales y que corresponden a
las lecturas tanto del A.T. como del N.T. y especialmente el Evangelio.
En la primera
lectura se nos narra cómo el hombre y la mujer transgreden el mandato de Dios
al comer del árbol que estaba en el centro del jardín por instigación de la
serpiente.
En la segunda
lectura, san Pablo expone como ante la desobediencia de Adán y Eva que trajo
consigo el pecado y la muerte, Dios otorga su gracia que se desborda mucho más
sobre cualquier pecado; equipara la transgresión de Adán con la obediencia de
Cristo, por quien Dios mismo trae el perdón, la gracia y la vida.
El Evangelio por su
parte nos presenta una escena parecida a la del Génesis, Jesús es tentado por
el demonio en el desierto, así como el hombre y la mujer fueron tentados por la
serpiente en el jardín del Edén.
Si vemos el hilo
conductor de las lecturas podremos descubrir que en la primera parte hay
tentaciones y el hombre cae y sufre las consecuencias de la misma, la segunda
parte presenta el remedio de la situación en la que el ser humano quedó después
de la caída, el perdón y la gracia por medio de Cristo y su vida misma, la
tercera parte viene a presentar cómo un hombre (Jesús) al igual que Adán, ha
sido tentado de nuevo pero ha vencido precisamente con la gracia de Dios.
El pasaje
evangélico anterior al que hemos escuchado hoy narra cómo Jesús ha sido
bautizado por Juan en el Jordán, se abren los cielos, el Espíritu desciende
sobre él y se escucha la voz del Padre que dice: Este es mi hijo muy amado,
escúchenlo; inmediatamente Jesús se interna en el desierto movido por el
Espíritu Santo para ser tentado por el demonio.
Jesús está listo
para iniciar su actividad apostólica de anunciar el Reino de los cielos, pero
comenzando desde la toma de conciencia de quién es él (el Hijo predilecto del
Padre que pide que lo escuchen), para iniciar su misión es necesaria la
preparación, por ello el Espíritu lo interna en el desierto.
El desierto más que
un lugar físico que es árido y casi sin vida, representa en las Sagradas
Escrituras lugar de purificación, de aprendizaje, de prueba, de espera y
maduración, es también el lugar donde el Pueblo de Israel peregrinó hacia la
Tierra Prometida y sobre todo donde hizo Alianza con Dios, por tanto, es lugar
de encuentro y experiencia con Dios, donde Él se comunica y hace oír su voz,
por ello Jesús se introduce en el desierto, para aprender, para madurar su
relación con el Padre y así hablar lo que Dios le ha comunicado.
Como el desierto es
también lugar de purificación y prueba como lo fue para los israelitas que
tantas veces murmuraron en contra de Moisés, que se hicieron un becerro de oro
y pecaron, así Jesús se topa también con la realidad de las tentaciones.
El número de días
que pasa en el desierto (40) que es igual al número de años que el pueblo de
Israel camino para llegar a la tierra prometida es en la numerología bíblica
también símbolo de purificación.
La tentación debe
ser comprendida desde dos sentidos: uno de provocación en el que Dios prueba al
hombre para su bien y hacerlo madurar, y otro de inducción al mal donde el
demonio o “tentador” llevan a la persona a hacer el mal, por tanto no hay que
identificar la tentación con el pecado, la tentación no es buena ni mala, lo
que hacemos ante ella sí merece un juicio de valor ético.
Nadie puede evitar
la tentación, es algo propio de nuestra naturaleza como seres humanos, como
seres limitados e imperfectos, pero sí podemos vencerla. Jesús fue tentado tres
veces, lo cual significa que en verdad pasó por esta prueba como hombre
verdadero, nosotros también somos tentados constantemente, pero la clave está
en saber reconocer la tentación para poder vencerla.
Y aquí nos
encontramos con el hilo conductor de todas las lecturas.
En el relato del
Génesis, la serpiente le pregunta a la mujer que si Dios “les prohibió comer de
todos los árboles”, a lo que ella contesta: “Dios nos dijo que no comiéramos
del árbol que está en el centro”. La serpiente que es la misma figura del
demonio cambia las palabras de Dios por otras que se parezcan para hacernos
caer. La mujer ha sido tentada e invitada a comer del fruto de ese árbol a
pesar de la prohibición de Dios, pero la serpiente la convence con las mismas
palabras que Dios ha pronunciado, es tal el engaño que la mujer termina por
comer del fruto y le da a su marido que también come.
En el evangelio el
demonio vuelve a utilizar la “Palabra de Dios” buscando hacer caer en el mal a
Jesús, pero lo importante es ver la respuesta de Jesús que en las tres
tentaciones le responde con la misma Palabra de Dios, no le permite caer en la
trampa de acomodar lo que Dios ha dicho a su conveniencia, el ejemplo más claro
lo tenemos en la segunda tentación: el demonio lo lleva a la parte más alta del
templo y citando al profeta Daniel y al Salmo 91 le dice que se tire al vacío
para que los ángeles lo rescaten, pero Jesús que también cita la Escritura pero
desde la legislación que Dios le dio a Israel en el libro del Deuteronomio le
contesta: está escrito que no tentarás al Señor tu Dios (en el sentido de
ponerlo a prueba en contra de su propia palabra) y así anula la tentación.
La clave está
entonces en la antífona que recitamos antes de proclamar el evangelio: “no solo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, es
decir, que el hombre debe alimentarse con la Palabra que Dios le ha pronunciado
para su salvación, esa palabra que le dijo al hombre y a la mujer en el génesis
es la misma que se escuchó cuando se abrieron los cielos en el bautismo, es la
misma que ahora Jesús nos dice, Él es la Palabra de Dios que se ha comunicado
con nosotros; para vencer la tentación es necesario conocer y meditar la Palabra
de Dios y ponerla en práctica, se trata de convertirla en nuestra forma de
vivir y ser.
Jesús se preparó en
su propio desierto, oró al Señor y se alimentó de su Palabra, así logró vencer
al espíritu del mal, eso mismo nos invita a hacer, adentrarnos en nuestro
desierto para purificarnos y madurar, orar al Señor en toda circunstancia y
alimentarnos de su Palabra para vencer cualquier obstáculo que nos separe de Él
y nos impida vivirnos como sus hijos predilectos.
Ahora ¿qué querrá
decirles especialmente a ustedes, hermanos y hermanas obreras esta Palabra de
Dios?, ¿para qué más les sirve desde su oficio o su labor cotidiana de todos
los días?
El Señor les invita
el día de hoy y siempre desde su labor, que antes que nada más allá de lo que
hacen y a lo que se dedican, a vivir dignamente como personas, el trabajo se
hace digno gracias a la persona, gracias a ustdes y la hace coparticipe de Dios
en la obra de la creación.
El trabajo es en
cierta medida el sustento y parte fundamental en la que se desarrolla la vida familiar, es una necesidad natural y
la vocación esencial del hombre.
La familia, es el
núcleo importante en donde surgen buenos ciudadanos y mejores cristianos, el
trabajo en gran medida aunque no de manera absoluta garantiza la educación de
los hijos; tanto el padre como la madre de familia en las circunstancias que se
encuentren, trabajan duro, invierten un considerable tiempo en él, se esfuerzan
por darle lo mejor a los hijos y tratar de vivir lo más dignamente posible,
ambos, hombre y mujer participan de la vida laboral, pero es de reconocer el
papel de la mujer, ella es tan necesaria como el hombre en la vida familiar, en
el trabajo, su presencia da vida y su trabajo debe ser reconocido y valorado
socialmente sin perder de vista su vocación específica.
Con todo, también
en el campo laboral todos estamos expuestos a caer en la tentación.
Generalmente las
tentaciones buscan tres cosas: poder, tener y placer.
En su acción y
trabajo ¿qué buscan? La tentación puede ser muy sutil y así como el demonio
utilizó la misma Palabra de Dios para engañar a Adán y a Eva, incluso al mismo
Jesús, lo puede hacer para engañarnos a nosotros mismos en las acciones que
realizamos y en cualquier lugar ya sea laboral, familiar, educativo, etc.
Un trabajador puede
justificar que roba, porque su jefe le roba, o puede creerse con el derecho de
estar en un mejor puesto porque lo merece o es mejor que sus colegas sin
importar a cuantos tenga que pasarles por encima; hoy en día todo parece válido
con tal de lograr lo que nos proponemos, resultado de una cultura globalizada,
consumista e individualista. Debajo de la tentación siempre se esconde el
rostro del egoísmo y la avaricia.
Cierto que hay que
buscar la justicia y buscar la protección de los derechos humanos de cada
trabajador, también es loable aspirar a lograr un mejor puesto o lugar dentro
de nuestro lugar de trabajo, pero nunca a costa de los demás ni del propio
bienestar.
La tentación
llega al hombre y mujer obreros de hoy,
que puede estar viviendo en el conformismo, haciendo las cosas por rutina, no
encontrándole sentido a la vida y con el deseo desordenado de querer más, puede
terminar como un eterno esclavo del trabajo, y rebajarse a ser visto como una
simple máquina de producción donde los que salen ganando son solo los jefes.
La tentación del
trabajador, puede llegar hasta el extremo de manifestar su inconformidad, con
violencia y llegar a lastimar a los demás, corre el riesgo de convertir su
actividad laboral en un acto de injusticia que provoca más injusticia y se
vuelve una cadena interminable de violencia, que sólo puede provocar
destrucción.
A los trabajadores,
Dios les invita como a todos los demás a aprender a vivir con lo que es
realmente necesario. Buscar el alimento del cuerpo que es vital e
indispensable, pero también el alimento del espíritu que nos conduce a
disfrutar mejor de lo que la vida y el mismo Dios nos ofrecen todos los días.
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