Cada día es una nueva oportunidad de vivir, somos seres en constante
cambio; “nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”, expresaría la filosofía
hindú.
Dentro de esta “novedad diaria”
de la vida que abarca todos los aspectos de la misma tanto de manera personal
como comunitaria, la experiencia espiritual o de lo divino también se ve
afectada.
La forma de relacionarse con lo
divino nunca es igual y nos basta con ver que muchas veces depende de nuestro
estado de ánimo, del ambiente social y cultural y de otros factores que muchas
veces determinan nuestro encuentro y contacto con Dios, a pesar de ello, al
tratarse de un encuentro relacional, la otra parte, en este caso Dios mismo,
nos sale al encuentro todos los días más allá de las circunstancias personales.
¿Somos conscientes tanto de esta
novedad diaria de la vida, como que Dios se comunica a diario?
La mayoría del tiempo estamos
sumergidos en actividades que se realizan de manera mecánica o monótona, se
repiten constantemente y parecen no acabar, llega el hastío y todo parece
perder sentido; en la vida espiritual pasa lo mismo, a eso le llamamos
ritualismo, pues muchas veces la comunicación con Dios se basa en rezar, ir a
Misa, o cumplir con lo que un creyente debe hacer sin que se dé una verdadera
experiencia con Dios se debería manifestarse precisamente en nuestras
actitudes.
Pero, ¿qué es lo que realmente
hace que la vida se disfrute en todos sus ámbitos?
Afirmo rotundamente entre varios elementos, que la puerta que se abre para ver tan novedosa la
vida es la toma de conciencia de la propia existencia y realidad.
Cuando se asume y se integra la
propia existencia con los elementos que la conforman, cada experiencia se torna
significativa y la vida comienza a tener sentido, es todo un proceso donde se
conjugan el aprendizaje, la transformación y la comunicación de todo nuestro
ser.
Ahora ¿Qué pasaría si tomáramos
consciencia del paso diario de Dios en nuestra vida?, o mejor expresado ¿cómo
ser consciente que Dios habla todos los días?
La Sagrada Escritura nos dice “Mira que estoy a la puerta y llamo, si
alguien me abre entraré y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20), y en otro
pasaje “No te hablé a escondidas ni dije
buscarme en el vacío” (Is 45, 19).
Dios se hace presente de diversas
y múltiples maneras, tan sencillas como el despertar y dormir de cada día, la
vida en su mínima expresión, o el contemplar un amanecer y un anochecer pues
también la creación es manifestación de Dios; si vamos más allá Dios se hace presente
y habla en lo cotidiano de la vida y en cualquier ámbito como lo familiar,
laboral, estudiantil, recreativo, espiritual, etc., Él utiliza cualquier
mediación para comunicarse, incluyendo a los demás, y es quizá este último
punto donde más nos cuesta encontrarnos con Dios, precisamente porque no
tomamos conciencia de nuestra realidad.
Dios es creativo para salirnos al encuentro en el camino de nuestra
existencia, tal parece que todo se convierte en mediación para manifestarse,
incluso las situaciones que consideramos dolorosas o contradictorias que por lo
general no alcanzamos a comprender en el momento.
Dios es siempre el mismo, pero
nuestras circunstancias nunca lo son. Hay que tener en cuenta que si Él nos
sale al encuentro en lo cotidiano y simple de la vida, la forma en que lo
experimentemos dependerá mucho de cómo nos encontramos física, mental,
emocional o espiritualmente, pero si hay disponibilidad nada será un
impedimento para descubrirle a Él.
Alguna vez tocó a la puerta del convento una joven mujer, lo único que
pedía era que la escuchara; dudé en hacerlo debido a las actividades que tenía
por realizar pero igual decidí hacerlo pensando en las veces que he querido que
alguien escuche lo que vivo.
Contó su situación, por cierto muy difícil de no tener trabajo y por
ende dinero, el tener que mantener a su familia y otras necesidades, aun así
nunca me pidió dinero ni comida, antes de terminar sólo sacó de su pequeña
mochila dos coliflores y me las obsequió.
Me negué a aceptarlas, era lo
único que ella tenía en ese momento para vivir, así que le traje alimento y un
poco de apoyo económico de mi bolsillo.
Debo decir que mi recompensa fue
verla tan agradecida y mirar en su rostro la alegría de ser escuchada y
atendida, me bendijo y le bendije y al cerrar la puerta después de despedirle
el único pensamiento que inundó mi mente fue: “Hoy el Señor me vino a visitar y
pude escucharle”.
Puede parecer demasiado pretenciosa mi experiencia, sin embargo, está
ocasión fue providente para darme cuenta que en esa mujer había algo para mí de
parte de Dios, ella me quería dar todo lo que tenía y ya no la volvería a ver,
me motivó a salir de mí y hacer lo mismo, dar de lo que tenía en ese momento y
experimenté felicidad.
No tenía nada que recibir
aparentemente y recibí el ciento por uno como dice el evangelio; hice con otro
lo que me ha ayudado que han hecho conmigo y aquí se abre una nueva puerta en
la forma de percibir el paso de Dios en mi propia vida.
(El pasaje de los Discípulos de Emaús es un ejemplo de cómo Dios sale
al encuentro y cómo el hombre toma
conciencia del mismo cf. Lc 24, 13-35)
San Columbano, abad, tiene una
hermosa reflexión sobre la cercanía de Dios: “Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según lo
atestigua de sí mismo: “Yo soy un Dios cercano y no lejano”. El Dios que
buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros si somos
dignos de su presencia”.
Dios mora en nosotros de manera misteriosa y sencilla pero ha querido
hacerlo así desde su infinito amor por nosotros. Con todo, el vivir y
experimentar esta cercanía de Dios por la vida en todos sus niveles (el cosmos,
los demás, nosotros mismos), exige dos cosas fundamentales: primera, tomar
conciencia de la propia vida, darse cuenta de sí mismo y segundo, vivir en
actitud de fe, una fe que procede de un corazón sencillo que nos lleva a creer
en el evangelio y apostar por él en cada situación y experiencia de vida, así se hace presente su Reino en la
Tierra.
No por nada el Señor da gracias y
asegura que son los pequeños y humildes de corazón a quién Dios les revela los
misterios del Reino (cf. Mt 13, 25), porque son éstos los que están más
disponibles al paso de Dios, a experimentarle y vivirle.
Si ponemos en práctica estas dos actividades sabiendo que la primera
depende de cada uno y la segunda es un regalo de Dios, estaremos disponibles y
receptivos al encuentro con Dios que en definitiva nos lleva al encuentro consigo
mismo, y al encuentro con los demás.
Nunca hay que olvidar la promesa
del Señor a todos sus discípulos: “Yo
estaré con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28, 20).
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