jueves, 20 de marzo de 2014

EL DIOS DE LA VIDA... SE ENCUENTRA TODOS LOS DÍAS.


Cada día es una nueva oportunidad de vivir, somos seres en constante cambio; “nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”, expresaría la filosofía hindú.
Dentro de esta “novedad diaria” de la vida que abarca todos los aspectos de la misma tanto de manera personal como comunitaria, la experiencia espiritual o de lo divino también se ve afectada.

La forma de relacionarse con lo divino nunca es igual y nos basta con ver que muchas veces depende de nuestro estado de ánimo, del ambiente social y cultural y de otros factores que muchas veces determinan nuestro encuentro y contacto con Dios, a pesar de ello, al tratarse de un encuentro relacional, la otra parte, en este caso Dios mismo, nos sale al encuentro todos los días más allá de las circunstancias personales.

¿Somos conscientes tanto de esta novedad diaria de la vida, como que Dios se comunica a diario?

La mayoría del tiempo estamos sumergidos en actividades que se realizan de manera mecánica o monótona, se repiten constantemente y parecen no acabar, llega el hastío y todo parece perder sentido; en la vida espiritual pasa lo mismo, a eso le llamamos ritualismo, pues muchas veces la comunicación con Dios se basa en rezar, ir a Misa, o cumplir con lo que un creyente debe hacer sin que se dé una verdadera experiencia con Dios se debería manifestarse precisamente en nuestras actitudes.


Pero, ¿qué es lo que realmente hace que la vida se disfrute en todos sus ámbitos?

Afirmo rotundamente entre varios elementos, que  la puerta que se abre para ver tan novedosa la vida es la toma de conciencia de la propia existencia y realidad.
Cuando se asume y se integra la propia existencia con los elementos que la conforman, cada experiencia se torna significativa y la vida comienza a tener sentido, es todo un proceso donde se conjugan el aprendizaje, la transformación y la comunicación de todo nuestro ser.

Ahora ¿Qué pasaría si tomáramos consciencia del paso diario de Dios en nuestra vida?, o mejor expresado ¿cómo ser consciente que Dios habla todos los días?
La Sagrada Escritura nos dice “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20), y en otro pasaje “No te hablé a escondidas ni dije buscarme en el vacío” (Is 45, 19).

Dios se hace presente de diversas y múltiples maneras, tan sencillas como el despertar y dormir de cada día, la vida en su mínima expresión, o el contemplar un amanecer y un anochecer pues también la creación es manifestación de Dios; si vamos más allá Dios se hace presente y habla en lo cotidiano de la vida y en cualquier ámbito como lo familiar, laboral, estudiantil, recreativo, espiritual, etc., Él utiliza cualquier mediación para comunicarse, incluyendo a los demás, y es quizá este último punto donde más nos cuesta encontrarnos con Dios, precisamente porque no tomamos conciencia de nuestra realidad.

Dios es creativo para salirnos al encuentro en el camino de nuestra existencia, tal parece que todo se convierte en mediación para manifestarse, incluso las situaciones que consideramos dolorosas o contradictorias que por lo general no alcanzamos a comprender en el momento.
Dios es siempre el mismo, pero nuestras circunstancias nunca lo son. Hay que tener en cuenta que si Él nos sale al encuentro en lo cotidiano y simple de la vida, la forma en que lo experimentemos dependerá mucho de cómo nos encontramos física, mental, emocional o espiritualmente, pero si hay disponibilidad nada será un impedimento para descubrirle a Él.

Alguna vez tocó a la puerta del convento una joven mujer, lo único que pedía era que la escuchara; dudé en hacerlo debido a las actividades que tenía por realizar pero igual decidí hacerlo pensando en las veces que he querido que alguien escuche lo que vivo.
Contó su situación, por cierto muy difícil de no tener trabajo y por ende dinero, el tener que mantener a su familia y otras necesidades, aun así nunca me pidió dinero ni comida, antes de terminar sólo sacó de su pequeña mochila dos coliflores y me las obsequió.
Me negué a aceptarlas, era lo único que ella tenía en ese momento para vivir, así que le traje alimento y un poco de apoyo económico de mi bolsillo.

Debo decir que mi recompensa fue verla tan agradecida y mirar en su rostro la alegría de ser escuchada y atendida, me bendijo y le bendije y al cerrar la puerta después de despedirle el único pensamiento que inundó mi mente fue: “Hoy el Señor me vino a visitar y pude escucharle”.

Puede parecer demasiado pretenciosa mi experiencia, sin embargo, está ocasión fue providente para darme cuenta que en esa mujer había algo para mí de parte de Dios, ella me quería dar todo lo que tenía y ya no la volvería a ver, me motivó a salir de mí y hacer lo mismo, dar de lo que tenía en ese momento y experimenté felicidad.
No tenía nada que recibir aparentemente y recibí el ciento por uno como dice el evangelio; hice con otro lo que me ha ayudado que han hecho conmigo y aquí se abre una nueva puerta en la forma de percibir el paso de Dios en mi propia vida.

(El pasaje de los Discípulos de Emaús es un ejemplo de cómo Dios sale al encuentro y cómo el hombre  toma conciencia del mismo cf. Lc 24, 13-35)

San Columbano, abad, tiene una hermosa reflexión sobre la cercanía de Dios: “Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según lo atestigua de sí mismo: “Yo soy un Dios cercano y no lejano”. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros si somos dignos de su presencia”.

Dios mora en nosotros de manera misteriosa y sencilla pero ha querido hacerlo así desde su infinito amor por nosotros. Con todo, el vivir y experimentar esta cercanía de Dios por la vida en todos sus niveles (el cosmos, los demás, nosotros mismos), exige dos cosas fundamentales: primera, tomar conciencia de la propia vida, darse cuenta de sí mismo y segundo, vivir en actitud de fe, una fe que procede de un corazón sencillo que nos lleva a creer en el evangelio y apostar por él en cada situación y experiencia de  vida, así se hace presente su Reino en la Tierra.

No por nada el Señor da gracias y asegura que son los pequeños y humildes de corazón a quién Dios les revela los misterios del Reino (cf. Mt 13, 25), porque son éstos los que están más disponibles al paso de Dios, a experimentarle y vivirle.

Si ponemos en práctica estas dos actividades sabiendo que la primera depende de cada uno y la segunda es un regalo de Dios, estaremos disponibles y receptivos al encuentro con Dios que en definitiva nos lleva al encuentro consigo mismo, y al encuentro con los demás.

Nunca hay que olvidar la promesa del Señor a todos sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28, 20). 

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