lunes, 31 de marzo de 2014

PALABRA - TENTACIÓN - TRABAJO

Homilía
I domingo de Cuaresma
Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Rom 5, 12-19; Mt 4, 1-11.

La liturgia de la Palabra de este día se expone en tres ideas fundamentales y que corresponden a las lecturas tanto del A.T. como del N.T. y especialmente el Evangelio.
En la primera lectura se nos narra cómo el hombre y la mujer transgreden el mandato de Dios al comer del árbol que estaba en el centro del jardín por instigación de la serpiente.
En la segunda lectura, san Pablo expone como ante la desobediencia de Adán y Eva que trajo consigo el pecado y la muerte, Dios otorga su gracia que se desborda mucho más sobre cualquier pecado; equipara la transgresión de Adán con la obediencia de Cristo, por quien Dios mismo trae el perdón, la gracia y la vida.
El Evangelio por su parte nos presenta una escena parecida a la del Génesis, Jesús es tentado por el demonio en el desierto, así como el hombre y la mujer fueron tentados por la serpiente en el jardín del Edén.
Si vemos el hilo conductor de las lecturas podremos descubrir que en la primera parte hay tentaciones y el hombre cae y sufre las consecuencias de la misma, la segunda parte presenta el remedio de la situación en la que el ser humano quedó después de la caída, el perdón y la gracia por medio de Cristo y su vida misma, la tercera parte viene a presentar cómo un hombre (Jesús) al igual que Adán, ha sido tentado de nuevo pero ha vencido precisamente con la gracia de Dios.

El pasaje evangélico anterior al que hemos escuchado hoy narra cómo Jesús ha sido bautizado por Juan en el Jordán, se abren los cielos, el Espíritu desciende sobre él y se escucha la voz del Padre que dice: Este es mi hijo muy amado, escúchenlo; inmediatamente Jesús se interna en el desierto movido por el Espíritu Santo para ser tentado por el demonio.
Jesús está listo para iniciar su actividad apostólica de anunciar el Reino de los cielos, pero comenzando desde la toma de conciencia de quién es él (el Hijo predilecto del Padre que pide que lo escuchen), para iniciar su misión es necesaria la preparación, por ello el Espíritu lo interna en el desierto.

El desierto más que un lugar físico que es árido y casi sin vida, representa en las Sagradas Escrituras lugar de purificación, de aprendizaje, de prueba, de espera y maduración, es también el lugar donde el Pueblo de Israel peregrinó hacia la Tierra Prometida y sobre todo donde hizo Alianza con Dios, por tanto, es lugar de encuentro y experiencia con Dios, donde Él se comunica y hace oír su voz, por ello Jesús se introduce en el desierto, para aprender, para madurar su relación con el Padre y así hablar lo que Dios le ha comunicado.
Como el desierto es también lugar de purificación y prueba como lo fue para los israelitas que tantas veces murmuraron en contra de Moisés, que se hicieron un becerro de oro y pecaron, así Jesús se topa también con la realidad de las tentaciones.
El número de días que pasa en el desierto (40) que es igual al número de años que el pueblo de Israel camino para llegar a la tierra prometida es en la numerología bíblica también símbolo de purificación.
La tentación debe ser comprendida desde dos sentidos: uno de provocación en el que Dios prueba al hombre para su bien y hacerlo madurar, y otro de inducción al mal donde el demonio o “tentador” llevan a la persona a hacer el mal, por tanto no hay que identificar la tentación con el pecado, la tentación no es buena ni mala, lo que hacemos ante ella sí merece un juicio de valor ético.
Nadie puede evitar la tentación, es algo propio de nuestra naturaleza como seres humanos, como seres limitados e imperfectos, pero sí podemos vencerla. Jesús fue tentado tres veces, lo cual significa que en verdad pasó por esta prueba como hombre verdadero, nosotros también somos tentados constantemente, pero la clave está en saber reconocer la tentación para poder vencerla.
Y aquí nos encontramos con el hilo conductor de todas las lecturas.

En el relato del Génesis, la serpiente le pregunta a la mujer que si Dios “les prohibió comer de todos los árboles”, a lo que ella contesta: “Dios nos dijo que no comiéramos del árbol que está en el centro”. La serpiente que es la misma figura del demonio cambia las palabras de Dios por otras que se parezcan para hacernos caer. La mujer ha sido tentada e invitada a comer del fruto de ese árbol a pesar de la prohibición de Dios, pero la serpiente la convence con las mismas palabras que Dios ha pronunciado, es tal el engaño que la mujer termina por comer del fruto y le da a su marido que también come.
En el evangelio el demonio vuelve a utilizar la “Palabra de Dios” buscando hacer caer en el mal a Jesús, pero lo importante es ver la respuesta de Jesús que en las tres tentaciones le responde con la misma Palabra de Dios, no le permite caer en la trampa de acomodar lo que Dios ha dicho a su conveniencia, el ejemplo más claro lo tenemos en la segunda tentación: el demonio lo lleva a la parte más alta del templo y citando al profeta Daniel y al Salmo 91 le dice que se tire al vacío para que los ángeles lo rescaten, pero Jesús que también cita la Escritura pero desde la legislación que Dios le dio a Israel en el libro del Deuteronomio le contesta: está escrito que no tentarás al Señor tu Dios (en el sentido de ponerlo a prueba en contra de su propia palabra) y así anula la tentación.

La clave está entonces en la antífona que recitamos antes de proclamar el evangelio: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, es decir, que el hombre debe alimentarse con la Palabra que Dios le ha pronunciado para su salvación, esa palabra que le dijo al hombre y a la mujer en el génesis es la misma que se escuchó cuando se abrieron los cielos en el bautismo, es la misma que ahora Jesús nos dice, Él es la Palabra de Dios que se ha comunicado con nosotros; para vencer la tentación es necesario conocer y meditar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, se trata de convertirla en nuestra forma de vivir y ser.

Jesús se preparó en su propio desierto, oró al Señor y se alimentó de su Palabra, así logró vencer al espíritu del mal, eso mismo nos invita a hacer, adentrarnos en nuestro desierto para purificarnos y madurar, orar al Señor en toda circunstancia y alimentarnos de su Palabra para vencer cualquier obstáculo que nos separe de Él y nos impida vivirnos como sus hijos predilectos.

Ahora ¿qué querrá decirles especialmente a ustedes, hermanos y hermanas obreras esta Palabra de Dios?, ¿para qué más les sirve desde su oficio o su labor cotidiana de todos los días?
El Señor les invita el día de hoy y siempre desde su labor, que antes que nada más allá de lo que hacen y a lo que se dedican, a vivir dignamente como personas, el trabajo se hace digno gracias a la persona, gracias a ustdes y la hace coparticipe de Dios en la obra de la creación.

El trabajo es en cierta medida el sustento y parte fundamental en la que se desarrolla  la vida familiar, es una necesidad natural y la vocación esencial del hombre.

La familia, es el núcleo importante en donde surgen buenos ciudadanos y mejores cristianos, el trabajo en gran medida aunque no de manera absoluta garantiza la educación de los hijos; tanto el padre como la madre de familia en las circunstancias que se encuentren, trabajan duro, invierten un considerable tiempo en él, se esfuerzan por darle lo mejor a los hijos y tratar de vivir lo más dignamente posible, ambos, hombre y mujer participan de la vida laboral, pero es de reconocer el papel de la mujer, ella es tan necesaria como el hombre en la vida familiar, en el trabajo, su presencia da vida y su trabajo debe ser reconocido y valorado socialmente sin perder de vista su vocación específica.

Con todo, también en el campo laboral todos estamos expuestos a caer en la tentación.
Generalmente las tentaciones buscan tres cosas: poder, tener y placer.
En su acción y trabajo ¿qué buscan? La tentación puede ser muy sutil y así como el demonio utilizó la misma Palabra de Dios para engañar a Adán y a Eva, incluso al mismo Jesús, lo puede hacer para engañarnos a nosotros mismos en las acciones que realizamos y en cualquier lugar ya sea laboral, familiar, educativo, etc.

Un trabajador puede justificar que roba, porque su jefe le roba, o puede creerse con el derecho de estar en un mejor puesto porque lo merece o es mejor que sus colegas sin importar a cuantos tenga que pasarles por encima; hoy en día todo parece válido con tal de lograr lo que nos proponemos, resultado de una cultura globalizada, consumista e individualista. Debajo de la tentación siempre se esconde el rostro del egoísmo y la avaricia.
Cierto que hay que buscar la justicia y buscar la protección de los derechos humanos de cada trabajador, también es loable aspirar a lograr un mejor puesto o lugar dentro de nuestro lugar de trabajo, pero nunca a costa de los demás ni del propio bienestar.

La tentación llega  al hombre y mujer obreros de hoy, que puede estar viviendo en el conformismo, haciendo las cosas por rutina, no encontrándole sentido a la vida y con el deseo desordenado de querer más, puede terminar como un eterno esclavo del trabajo, y rebajarse a ser visto como una simple máquina de producción donde los que salen ganando son solo los jefes.

La tentación del trabajador, puede llegar hasta el extremo de manifestar su inconformidad, con violencia y llegar a lastimar a los demás, corre el riesgo de convertir su actividad laboral en un acto de injusticia que provoca más injusticia y se vuelve una cadena interminable de violencia, que sólo puede provocar destrucción.

A los trabajadores, Dios les invita como a todos los demás a aprender a vivir con lo que es realmente necesario. Buscar el alimento del cuerpo que es vital e indispensable, pero también el alimento del espíritu que nos conduce a disfrutar mejor de lo que la vida y el mismo Dios nos ofrecen todos los días.


jueves, 20 de marzo de 2014

EL DIOS DE LA VIDA... SE ENCUENTRA TODOS LOS DÍAS.


Cada día es una nueva oportunidad de vivir, somos seres en constante cambio; “nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”, expresaría la filosofía hindú.
Dentro de esta “novedad diaria” de la vida que abarca todos los aspectos de la misma tanto de manera personal como comunitaria, la experiencia espiritual o de lo divino también se ve afectada.

La forma de relacionarse con lo divino nunca es igual y nos basta con ver que muchas veces depende de nuestro estado de ánimo, del ambiente social y cultural y de otros factores que muchas veces determinan nuestro encuentro y contacto con Dios, a pesar de ello, al tratarse de un encuentro relacional, la otra parte, en este caso Dios mismo, nos sale al encuentro todos los días más allá de las circunstancias personales.

¿Somos conscientes tanto de esta novedad diaria de la vida, como que Dios se comunica a diario?

La mayoría del tiempo estamos sumergidos en actividades que se realizan de manera mecánica o monótona, se repiten constantemente y parecen no acabar, llega el hastío y todo parece perder sentido; en la vida espiritual pasa lo mismo, a eso le llamamos ritualismo, pues muchas veces la comunicación con Dios se basa en rezar, ir a Misa, o cumplir con lo que un creyente debe hacer sin que se dé una verdadera experiencia con Dios se debería manifestarse precisamente en nuestras actitudes.


Pero, ¿qué es lo que realmente hace que la vida se disfrute en todos sus ámbitos?

Afirmo rotundamente entre varios elementos, que  la puerta que se abre para ver tan novedosa la vida es la toma de conciencia de la propia existencia y realidad.
Cuando se asume y se integra la propia existencia con los elementos que la conforman, cada experiencia se torna significativa y la vida comienza a tener sentido, es todo un proceso donde se conjugan el aprendizaje, la transformación y la comunicación de todo nuestro ser.

Ahora ¿Qué pasaría si tomáramos consciencia del paso diario de Dios en nuestra vida?, o mejor expresado ¿cómo ser consciente que Dios habla todos los días?
La Sagrada Escritura nos dice “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20), y en otro pasaje “No te hablé a escondidas ni dije buscarme en el vacío” (Is 45, 19).

Dios se hace presente de diversas y múltiples maneras, tan sencillas como el despertar y dormir de cada día, la vida en su mínima expresión, o el contemplar un amanecer y un anochecer pues también la creación es manifestación de Dios; si vamos más allá Dios se hace presente y habla en lo cotidiano de la vida y en cualquier ámbito como lo familiar, laboral, estudiantil, recreativo, espiritual, etc., Él utiliza cualquier mediación para comunicarse, incluyendo a los demás, y es quizá este último punto donde más nos cuesta encontrarnos con Dios, precisamente porque no tomamos conciencia de nuestra realidad.

Dios es creativo para salirnos al encuentro en el camino de nuestra existencia, tal parece que todo se convierte en mediación para manifestarse, incluso las situaciones que consideramos dolorosas o contradictorias que por lo general no alcanzamos a comprender en el momento.
Dios es siempre el mismo, pero nuestras circunstancias nunca lo son. Hay que tener en cuenta que si Él nos sale al encuentro en lo cotidiano y simple de la vida, la forma en que lo experimentemos dependerá mucho de cómo nos encontramos física, mental, emocional o espiritualmente, pero si hay disponibilidad nada será un impedimento para descubrirle a Él.

Alguna vez tocó a la puerta del convento una joven mujer, lo único que pedía era que la escuchara; dudé en hacerlo debido a las actividades que tenía por realizar pero igual decidí hacerlo pensando en las veces que he querido que alguien escuche lo que vivo.
Contó su situación, por cierto muy difícil de no tener trabajo y por ende dinero, el tener que mantener a su familia y otras necesidades, aun así nunca me pidió dinero ni comida, antes de terminar sólo sacó de su pequeña mochila dos coliflores y me las obsequió.
Me negué a aceptarlas, era lo único que ella tenía en ese momento para vivir, así que le traje alimento y un poco de apoyo económico de mi bolsillo.

Debo decir que mi recompensa fue verla tan agradecida y mirar en su rostro la alegría de ser escuchada y atendida, me bendijo y le bendije y al cerrar la puerta después de despedirle el único pensamiento que inundó mi mente fue: “Hoy el Señor me vino a visitar y pude escucharle”.

Puede parecer demasiado pretenciosa mi experiencia, sin embargo, está ocasión fue providente para darme cuenta que en esa mujer había algo para mí de parte de Dios, ella me quería dar todo lo que tenía y ya no la volvería a ver, me motivó a salir de mí y hacer lo mismo, dar de lo que tenía en ese momento y experimenté felicidad.
No tenía nada que recibir aparentemente y recibí el ciento por uno como dice el evangelio; hice con otro lo que me ha ayudado que han hecho conmigo y aquí se abre una nueva puerta en la forma de percibir el paso de Dios en mi propia vida.

(El pasaje de los Discípulos de Emaús es un ejemplo de cómo Dios sale al encuentro y cómo el hombre  toma conciencia del mismo cf. Lc 24, 13-35)

San Columbano, abad, tiene una hermosa reflexión sobre la cercanía de Dios: “Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según lo atestigua de sí mismo: “Yo soy un Dios cercano y no lejano”. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros si somos dignos de su presencia”.

Dios mora en nosotros de manera misteriosa y sencilla pero ha querido hacerlo así desde su infinito amor por nosotros. Con todo, el vivir y experimentar esta cercanía de Dios por la vida en todos sus niveles (el cosmos, los demás, nosotros mismos), exige dos cosas fundamentales: primera, tomar conciencia de la propia vida, darse cuenta de sí mismo y segundo, vivir en actitud de fe, una fe que procede de un corazón sencillo que nos lleva a creer en el evangelio y apostar por él en cada situación y experiencia de  vida, así se hace presente su Reino en la Tierra.

No por nada el Señor da gracias y asegura que son los pequeños y humildes de corazón a quién Dios les revela los misterios del Reino (cf. Mt 13, 25), porque son éstos los que están más disponibles al paso de Dios, a experimentarle y vivirle.

Si ponemos en práctica estas dos actividades sabiendo que la primera depende de cada uno y la segunda es un regalo de Dios, estaremos disponibles y receptivos al encuentro con Dios que en definitiva nos lleva al encuentro consigo mismo, y al encuentro con los demás.

Nunca hay que olvidar la promesa del Señor a todos sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28, 20).