Preguntar sobre qué es Dios o quién es Dios es una de las preguntas más
fascinantes de la vida, todos nos hemos hecho está pregunta de una u otra
manera, o en alguna situación determinada de nuestra vida y diario vivir. Preguntar
sobre su existencia o su esencia remite a querer encontrar respuestas concretas
y bien definidas de la propia vida, por lo tanto, cuando hablamos de Dios y
preguntamos sobre él estamos preguntando sobre nuestra vida, sobre lo que
acontece en la misma, hablar de Dios es hablar de lo que el hombre vive, en
definitiva de lo que es el ser humano.
Esta afirmación en la que se realza el vínculo entre un Dios y nosotros
a través de la búsqueda de sentido de la propia existencia es a su vez personal
y colectiva, personal en cuanto que cada uno siempre busca comprender el
sentido de su propia vida y colectiva en cuando humanidad que somos y de las
relaciones que hacemos a lo largo de los años queremos descubrir hacia dónde
nos dirigimos, cuál es el destino de los hombres y mujeres, entre otras
preguntas.
Teniendo como base que el hombre tarde o temprano se pregunta por “Dios”
o por un ser supremo, pues aquí no se afirma que el Dios por el que se pregunta
la humanidad es el mismo; se puede comprender que es indispensable hablar de fe
para preguntarse sobre Dios, pero qué pasa con los que se preguntan y se dicen
no creyentes, o los que dicen creer y aun así preguntan.
Si preguntar sobre Dios es propio del hombre, entonces creyentes o no
creyentes pueden preguntarse sobre Dios, pero la búsqueda primera de la
respuesta ante la pregunta será distinta y completamente diferente entre una y
otra.
En alguna ocasión, frente a un problema familiar muy doloroso me
pregunté sobre el porqué de las cosas, y todo ello tenía que ver con Dios,
aquel en quien mis padres me enseñaron a creer, debo decir que en aquel
entonces no tenía la formación que ahora tengo, pero recuerdo que mis preguntas
en definitiva estaban dirigidas a querer encontrar algo más que una simple
respuesta como “solo Dios sabe porque pasan las cosas”, entonces qué clase de
Dios era este en quién creía.
Ahora lo comprendo mejor, mi búsqueda y mis preguntas se referían ante
Dios porque necesitaba tener un sentido de vida en ese momento difícil en mi
existencia y que en ningún momento había colocado en duda le existencia del
Dios en quién creo; sigo siendo un católico pero ahora con mayor convicción
sobre mi fe y sobre el Dios en quien creo, el revelado por Jesucristo, un Dios
de amor.
De ahí que un no creyente, aunque se declare tal, se pregunte por su
sentido de vida, por su valor y por su propia existencia, sin embargo, hay que
tener en cuenta que se puede tratar de una persona en búsqueda, en crisis, pues
una persona que niega la existencia de Dios no puede hablar de algo que según
él no existe, es como dar patadas al aire. A Dios no se llega por conocimientos
y teorías, se le llega y se le vive por experiencia, se le conoce para poder
hablar de él.
Es entonces que se puede comprender porque el que cree también se
pregunta por Dios, porque necesita comprender lo que cree, porque es necesario
para su vida de fe, porque quiere conjugar la razón y el corazón, porque quiere
comprenderse a sí mismo. Dios se da a conocer a cada hombre de una manera
particularmente propia, porque cada ser humano es único con una serie de
características especiales; quien pregunta por Dios, pregunta por sí mismo, por
ello quien logra conocerse a sí mismo puede conocer a Dios.
Cómo estudiante de teología resuena en mí el que esta pregunta sea la
propia de los teólogos, pero la llevo más allá como cristiano que soy y por
ende para todo el que se dice cristiano: sólo el que cree y ama a Dios es el
que muestra el camino para descubrir el rostro de ese Dios en quien creemos.
Como cristianos estamos llamados a dar respuesta pero a través de la fe y sobre
todo del amor que no es sino conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos para
dar paso al silencio, ahí donde se vive profundamente la fe y uno queda sin
palabras ante tan grande misterio de amor que nos sobrepasa, pero que aun así
se hace cercano y palpable. Juan Pablo II escribirá: “Dios ha venido hasta aquí
y se ha parado a poca distancia de la nada, muy cerca de nuestros ojos”. La
única respuesta para todo es el amor y Dios es amor.