Una
vez que nos hemos adentrado en la dinámica del Discernimiento y sus exigencias
tanto básicas como indispensables ahora es propicio comenzar a apoyarnos de tal
herramienta recordando que se trata de una ciencia que se aprende y requiere de
esfuerzo, acompañamiento y disciplina.
Cada
vez que discernimos hacemos un viaje a nuestro interior, despertamos la
conciencia hasta llegar a lo más profundo de la misma y con ella iluminamos
nuestro exterior. Nuestras actitudes, compromisos, opciones y acciones denotan
cómo estamos por dentro, es decir, manifiestan cómo se mueve nuestro espíritu,
cuáles son sus inclinaciones y deseos.
De
hecho, el ejercicio del Discernimiento es también llamado “Discernimiento de
espíritus” que consiste en descubrir las motivaciones profundas de los actos
personales y elegir adecuadamente el “mejor” camino para andar.
Estos
“espíritus” que queremos discernir son los movimientos del corazón, las
inclinaciones que nos motivan a realizar tal o cual acción, también están
incluidos los pensamientos y deseos.
En
la tradición cristiana y después de una manera formidable en San Ignacio, se
distinguen dos tipos de “espíritus”: el buen y el mal espíritu. Éstos actúan
sugiriendo a la persona alguna inclinación que en el caso negativo le llamamos
“tentación” y en el caso positivo “inspiración”.
Sin
embargo, es necesario reconocer que la tentación no es ni buena ni mala, es una
simple sugerencia a actuar la cual cuando la persona la vive según sus
inclinaciones se traducirá en actos buenos o en actos malos, por ello es
importante discernir de dónde nos vienen las mociones y sugerencias.
Desde mi naturaleza
Para
comprender cómo actúan los “espíritus” hay que ir a la base de su actuación que
es la misma persona humana. En la naturaleza humana hay inclinaciones que
buscan satisfacer alguna necesidad o deseo ya sea por hábito o por costumbre y
en ellas influyen las experiencias de vida, la cultura, la educación, los
contextos sociales, etc.
Estos
movimientos pueden inclinar el corazón hacia el bien o hacia el mal, de ahí lo
vital de tomar conciencia de nosotros mismos y nuestra persona y generalmente
las inclinaciones se producen de manera espontánea y no siempre se es
consciente de ellas.
Es
lo que conocemos como “concupiscencia”, el deseo que busca los bienes para la
realización de la propia naturaleza, es decir, lo que nos hace plenos, felices,
integrados, que nos hace sentirnos bien. Tener estos movimientos no es malo, de
hecho es parte de nuestra naturaleza que tiende a realizarse, a buscar el bien
personal, a plenificarse, sin embargo, el pecado hace que esta tendencia se
desordene y extravíe por ello hay que distinguir cómo se mueve nuestra
naturaleza.
El Buen espíritu
Son
los movimientos del corazón que tienen su origen en Dios y que actúan sobre
nuestra naturaleza, llevándola hacia la integración, la libertad y la
plenificación personal.
Los
signos para descubrir y distinguir que estamos siguiendo las inspiraciones del
Buen espíritu son:
+La
presencia de los frutos del Espíritu Santo, a saber: “caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y
fidelidad, mansedumbre y dominio de sí” (Gal.5, 22).
+Provoca
en quien lo vive humildad y discreción. Se trata de una mirada equilibrada
sobre sí mismo y sobre los demás, así como de las situaciones que vive, ni le
agrega ni le quita.
+Actúa
en la verdad. No se ocultan los frutos ya mencionados arriba, sino que se ponen
al servicio de los demás para la mutua edificación.
+Fortalece
las propias debilidades y anima en el diario caminar siendo perseverantes para
seguir creciendo en bondad y fidelidad.
+Confirma
lo que creemos, es decir, nuestra Fe se vive en comunión con la Iglesia y con
los demás creyentes.
Se
aprovecha el buen espíritu cuando:
+Se
muestran los frutos pero se ocultan los dones recibidos. Lo importante no es si
Dios nos da una gracia, sino el efecto que ésta tiene en nuestra vida y que
siempre están en favor de los demás.
+Agradecemos
a Dios por su gracia reconociendo también que no es porque los merezcamos sino
por su gracia y amor hacia nosotros.
+Cultivamos
dicha gracia a través de la dedicación, oración y estudio de las cosas de Dios.
El Mal espíritu
Son
los movimientos del corazón que nos dividen, separan y desintegran, nos hacen
menos plenos y deshumanizan. Tienen su origen en nuestra inclinación al pecado,
pero también se dan por instigación del enemigo y están en consonancia con los
pecados capitales.
Los principales signos para
reconocer los movimientos del mal espíritu pueden ser:
+Jesús dijo: “el árbol se conoce por los frutos” (Mt 7, 20). Si los efectos de
nuestras acciones, pensamientos y deseos son negativos, desintegrados o
limitantes entonces el mal espíritu está detrás de ellos.
+Trabaja
en lo secreto, es decir, tiende a ocultar su acción y se hace más fuerte con la
duda, el miedo o las dificultades. Si no se puede mostrar ante los demás,
quiere decir que algo anda mal.
+Ataca
siempre los puntos más débiles, fomenta vicios y recuerda dolores o carencias
de nuestra persona que nos entristecen y podemos llegar a pensar que somos
malos por naturaleza.
+Si la
persona cede a las inspiraciones del mal espíritu (llamadas “tretas”) su fuerza
aumenta y actuamos como sugiere.
-Ser
perseverantes en la oración, sobre todo en la meditación de la Sagrada
Escritura y en la práctica y vivencia de los sacramentos.
-Identificar
el vicio o la tentación sugerida que lleva a actuar de esa manera, ponerle un
nombre o palabra que le descubra.
-Realizar
acciones que tiendan al bien, como trabajar y servir a los demás en vez de ser
ociosos.
Ahora
puedes hacer una revisión de tus movimientos internos y cómo se manifiestan
externamente; recuerda que aquí estamos hablando más de nuestro ser personal y
natural que de fuerzas externas (llámese ángeles o demonios) que actúen sobre
nosotros. Es en todo caso descubrir lo que Jesús nos dijo: “Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por
la boca, sino lo que sale de ella. Del corazón proceden las malas intenciones”
(Mt 15, 10-20).