lunes, 23 de octubre de 2017

El Buen y el Mal Espíritu. Los Movimientos del Corazón.



Una vez que nos hemos adentrado en la dinámica del Discernimiento y sus exigencias tanto básicas como indispensables ahora es propicio comenzar a apoyarnos de tal herramienta recordando que se trata de una ciencia que se aprende y requiere de esfuerzo, acompañamiento y disciplina.

Cada vez que discernimos hacemos un viaje a nuestro interior, despertamos la conciencia hasta llegar a lo más profundo de la misma y con ella iluminamos nuestro exterior. Nuestras actitudes, compromisos, opciones y acciones denotan cómo estamos por dentro, es decir, manifiestan cómo se mueve nuestro espíritu, cuáles son sus inclinaciones y deseos.
De hecho, el ejercicio del Discernimiento es también llamado “Discernimiento de espíritus” que consiste en descubrir las motivaciones profundas de los actos personales y elegir adecuadamente el “mejor” camino para andar.

Estos “espíritus” que queremos discernir son los movimientos del corazón, las inclinaciones que nos motivan a realizar tal o cual acción, también están incluidos los pensamientos y deseos.
En la tradición cristiana y después de una manera formidable en San Ignacio, se distinguen dos tipos de “espíritus”: el buen y el mal espíritu. Éstos actúan sugiriendo a la persona alguna inclinación que en el caso negativo le llamamos “tentación” y en el caso positivo “inspiración”.
Sin embargo, es necesario reconocer que la tentación no es ni buena ni mala, es una simple sugerencia a actuar la cual cuando la persona la vive según sus inclinaciones se traducirá en actos buenos o en actos malos, por ello es importante discernir de dónde nos vienen las mociones y sugerencias.

Desde mi naturaleza
Para comprender cómo actúan los “espíritus” hay que ir a la base de su actuación que es la misma persona humana. En la naturaleza humana hay inclinaciones que buscan satisfacer alguna necesidad o deseo ya sea por hábito o por costumbre y en ellas influyen las experiencias de vida, la cultura, la educación, los contextos sociales, etc.

Estos movimientos pueden inclinar el corazón hacia el bien o hacia el mal, de ahí lo vital de tomar conciencia de nosotros mismos y nuestra persona y generalmente las inclinaciones se producen de manera espontánea y no siempre se es consciente de ellas.
Es lo que conocemos como “concupiscencia”, el deseo que busca los bienes para la realización de la propia naturaleza, es decir, lo que nos hace plenos, felices, integrados, que nos hace sentirnos bien. Tener estos movimientos no es malo, de hecho es parte de nuestra naturaleza que tiende a realizarse, a buscar el bien personal, a plenificarse, sin embargo, el pecado hace que esta tendencia se desordene y extravíe por ello hay que distinguir cómo se mueve nuestra naturaleza. 

El Buen espíritu
Son los movimientos del corazón que tienen su origen en Dios y que actúan sobre nuestra naturaleza, llevándola hacia la integración, la libertad y la plenificación personal.

Los signos para descubrir y distinguir que estamos siguiendo las inspiraciones del Buen espíritu son:
+La presencia de los frutos del Espíritu Santo, a saber: “caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí” (Gal.5, 22).  
+Provoca en quien lo vive humildad y discreción. Se trata de una mirada equilibrada sobre sí mismo y sobre los demás, así como de las situaciones que vive, ni le agrega ni le quita.
+Actúa en la verdad. No se ocultan los frutos ya mencionados arriba, sino que se ponen al servicio de los demás para la mutua edificación.
+Fortalece las propias debilidades y anima en el diario caminar siendo perseverantes para seguir creciendo en bondad y fidelidad.
+Confirma lo que creemos, es decir, nuestra Fe se vive en comunión con la Iglesia y con los demás creyentes.

Se aprovecha el buen espíritu cuando:
+Se muestran los frutos pero se ocultan los dones recibidos. Lo importante no es si Dios nos da una gracia, sino el efecto que ésta tiene en nuestra vida y que siempre están en favor de los demás.
+Agradecemos a Dios por su gracia reconociendo también que no es porque los merezcamos sino por su gracia y amor hacia nosotros.
+Cultivamos dicha gracia a través de la dedicación, oración y estudio de las cosas de Dios.

El Mal espíritu
Son los movimientos del corazón que nos dividen, separan y desintegran, nos hacen menos plenos y deshumanizan. Tienen su origen en nuestra inclinación al pecado, pero también se dan por instigación del enemigo y están en consonancia con los pecados capitales.
Los principales signos para reconocer los movimientos del mal espíritu pueden ser:
+Jesús dijo: “el árbol se conoce por los frutos” (Mt 7, 20). Si los efectos de nuestras acciones, pensamientos y deseos son negativos, desintegrados o limitantes entonces el mal espíritu está detrás de ellos.
+Trabaja en lo secreto, es decir, tiende a ocultar su acción y se hace más fuerte con la duda, el miedo o las dificultades. Si no se puede mostrar ante los demás, quiere decir que algo anda mal.
+Ataca siempre los puntos más débiles, fomenta vicios y recuerda dolores o carencias de nuestra persona que nos entristecen y podemos llegar a pensar que somos malos por naturaleza.
+Si la persona cede a las inspiraciones del mal espíritu (llamadas “tretas”) su fuerza aumenta y actuamos como sugiere.

Para superar el mal espíritu es necesario las siguientes actitudes:
-Ser perseverantes en la oración, sobre todo en la meditación de la Sagrada Escritura y en la práctica y vivencia de los sacramentos.
-Identificar el vicio o la tentación sugerida que lleva a actuar de esa manera, ponerle un nombre o palabra que le descubra.
-Realizar acciones que tiendan al bien, como trabajar y servir a los demás en vez de ser ociosos.

Ahora puedes hacer una revisión de tus movimientos internos y cómo se manifiestan externamente; recuerda que aquí estamos hablando más de nuestro ser personal y natural que de fuerzas externas (llámese ángeles o demonios) que actúen sobre nosotros. Es en todo caso descubrir lo que Jesús nos dijo: “Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. Del corazón proceden las malas intenciones” (Mt 15, 10-20).