martes, 25 de noviembre de 2014

La fraternidad: amor que trae la paz y la unidad.

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna (Jn 3, 16). La presente expresión bíblica tiene un trasfondo impresionante, se trata en definitiva de la acción de Dios Padre sobre toda la humanidad, y por ende sobre toda la creación, es el resumen de su proyecto, de su obra redentora.

Jesucristo, el Hijo de Dios vino a proclamar la Buena noticia ¿cuál? Pareciera irónico decirlo ya que en nuestro mundo actual tan infestado de negatividad y malas noticias qué puede haber de bueno en una noticia de hace dos mil años.
Esa buena noticia anunciada por Jesús de Nazaret es que ha llegado el año de gracia del Señor, ha llegado la liberación y la fraternidad. Entiéndase estos términos desde Dios que son mucho más profundos y radicales, pues tocan a la persona misma en lo más profundo de su ser y no desde la mentalidad del mundo.

Jesús es el profeta del reino de Dios, éste no es otra cosa que experimentar el amor de Dios que está entre nosotros, teniendo como ley el amor, es decir, relaciones justas y fraternas con los demás, con Dios y conmigo mismo. Un profeta es aquel que está lleno del Espíritu de Dios y anuncia sus palabras y hace sus obras; esto quiere decir que Jesús ha tenido originaria y fundamentalmente una experiencia de Dios, de su Padre y ha quedado lleno de su Espíritu confirmado en el Bautismo de Juan, lo único que hace es compartir con toda su fuerza dicha experiencia con palabras y obras. Es una acción profundamente trinitaria.

El proyecto del Padre no es otra cosa que formar una familia, para ello ha engendrado en la historia a su Hijo unigénito, es el hermano mayor, el que nos hace hijos en Él, el que nos muestra al Padre, su padre, nuestro padre. Y si Dios ha querido formar una familia, se comprende porque hay un Padre y hay un Hijo, de ahí que la fraternidad (familia) sea el motor que mueva el reino de Dios.
Todo lo que dijo e hizo Jesús lo vivió del Padre, de su relación íntima y profunda; por ello, el Hijo es el que puede llevar a cabo toda la obra de salvación del Padre, el Hijo ha sido enviado y entregado a los hombres, porque el Padre le ha puesto todo en sus manos (Jn 3, 35). Dios nos ha amado en el amor y entrega de su Hijo, de ahí que Jesús nos amara hasta la muerte, porque la experiencia de ese amor entre Él y el Padre en el Espíritu es infinito y desbordante que no habría otra cosa más que compartirlo y envolver a toda la humanidad, a toda la creación en él.

El Hijo (Jesucristo) se ha vuelto hacia nosotros para amarnos con el mismo amor que le ha amado el Padre. La gracia que supone este amor es el mismo Jesús que a través de ese amor logra liberar a todos, los acoge a todos, los hace hijos del Padre y hermanos suyos; les da la vida divina a todos. La gracia es el mismo Hijo del Padre, por ello él es Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) , la vía de acceso a Dios Trinidad.
Dios nos ha abrazado con el mismo abrazo que da a su Hijo en el Espíritu, lo ha envuelto todo con su amor, cómo el Padre me ha amado, así les amo yo (Jn 15, 9); somos familia de Dios, familia de hermanos donde resplandece el amor, la comunión del Espíritu, que nace de las entrañas del Padre y que en Jesucristo lo entregó todo para que todos fueran uno en él, como él es uno en el Padre.


Hasta la muerte de su Hijo quiso el Padre manifestar su amor infinito por el hombre en el Espíritu. Todo hombre que quiera acercarse a este misterio de amor, deberá experimentar primero su realidad de hijo de Dios y hermano de Jesucristo, impulsado por el Espíritu. Solo la experiencia de fraternidad (familia) nos abre el camino de acceso a Dios Trino, solo el amor nos impulsa a abrazarnos como humanidad entre nosotros y abrazarnos como humanidad con Dios. Esa es la vocación del hombre: el amor y la unidad. 

Hasta que la humanidad se viva como verdadera familia encontraremos paz y alegría entre nosotros, solo el Amor puede salvarnos de nosotros mismos y nuestro egoísmo destructor y alienante. Buscar amar siempre, abre tu corazón al amor y entrega el amor del que eres capaz. 

Por: Luis Javier Román Moya