lunes, 23 de octubre de 2017

El Buen y el Mal Espíritu. Los Movimientos del Corazón.



Una vez que nos hemos adentrado en la dinámica del Discernimiento y sus exigencias tanto básicas como indispensables ahora es propicio comenzar a apoyarnos de tal herramienta recordando que se trata de una ciencia que se aprende y requiere de esfuerzo, acompañamiento y disciplina.

Cada vez que discernimos hacemos un viaje a nuestro interior, despertamos la conciencia hasta llegar a lo más profundo de la misma y con ella iluminamos nuestro exterior. Nuestras actitudes, compromisos, opciones y acciones denotan cómo estamos por dentro, es decir, manifiestan cómo se mueve nuestro espíritu, cuáles son sus inclinaciones y deseos.
De hecho, el ejercicio del Discernimiento es también llamado “Discernimiento de espíritus” que consiste en descubrir las motivaciones profundas de los actos personales y elegir adecuadamente el “mejor” camino para andar.

Estos “espíritus” que queremos discernir son los movimientos del corazón, las inclinaciones que nos motivan a realizar tal o cual acción, también están incluidos los pensamientos y deseos.
En la tradición cristiana y después de una manera formidable en San Ignacio, se distinguen dos tipos de “espíritus”: el buen y el mal espíritu. Éstos actúan sugiriendo a la persona alguna inclinación que en el caso negativo le llamamos “tentación” y en el caso positivo “inspiración”.
Sin embargo, es necesario reconocer que la tentación no es ni buena ni mala, es una simple sugerencia a actuar la cual cuando la persona la vive según sus inclinaciones se traducirá en actos buenos o en actos malos, por ello es importante discernir de dónde nos vienen las mociones y sugerencias.

Desde mi naturaleza
Para comprender cómo actúan los “espíritus” hay que ir a la base de su actuación que es la misma persona humana. En la naturaleza humana hay inclinaciones que buscan satisfacer alguna necesidad o deseo ya sea por hábito o por costumbre y en ellas influyen las experiencias de vida, la cultura, la educación, los contextos sociales, etc.

Estos movimientos pueden inclinar el corazón hacia el bien o hacia el mal, de ahí lo vital de tomar conciencia de nosotros mismos y nuestra persona y generalmente las inclinaciones se producen de manera espontánea y no siempre se es consciente de ellas.
Es lo que conocemos como “concupiscencia”, el deseo que busca los bienes para la realización de la propia naturaleza, es decir, lo que nos hace plenos, felices, integrados, que nos hace sentirnos bien. Tener estos movimientos no es malo, de hecho es parte de nuestra naturaleza que tiende a realizarse, a buscar el bien personal, a plenificarse, sin embargo, el pecado hace que esta tendencia se desordene y extravíe por ello hay que distinguir cómo se mueve nuestra naturaleza. 

El Buen espíritu
Son los movimientos del corazón que tienen su origen en Dios y que actúan sobre nuestra naturaleza, llevándola hacia la integración, la libertad y la plenificación personal.

Los signos para descubrir y distinguir que estamos siguiendo las inspiraciones del Buen espíritu son:
+La presencia de los frutos del Espíritu Santo, a saber: “caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí” (Gal.5, 22).  
+Provoca en quien lo vive humildad y discreción. Se trata de una mirada equilibrada sobre sí mismo y sobre los demás, así como de las situaciones que vive, ni le agrega ni le quita.
+Actúa en la verdad. No se ocultan los frutos ya mencionados arriba, sino que se ponen al servicio de los demás para la mutua edificación.
+Fortalece las propias debilidades y anima en el diario caminar siendo perseverantes para seguir creciendo en bondad y fidelidad.
+Confirma lo que creemos, es decir, nuestra Fe se vive en comunión con la Iglesia y con los demás creyentes.

Se aprovecha el buen espíritu cuando:
+Se muestran los frutos pero se ocultan los dones recibidos. Lo importante no es si Dios nos da una gracia, sino el efecto que ésta tiene en nuestra vida y que siempre están en favor de los demás.
+Agradecemos a Dios por su gracia reconociendo también que no es porque los merezcamos sino por su gracia y amor hacia nosotros.
+Cultivamos dicha gracia a través de la dedicación, oración y estudio de las cosas de Dios.

El Mal espíritu
Son los movimientos del corazón que nos dividen, separan y desintegran, nos hacen menos plenos y deshumanizan. Tienen su origen en nuestra inclinación al pecado, pero también se dan por instigación del enemigo y están en consonancia con los pecados capitales.
Los principales signos para reconocer los movimientos del mal espíritu pueden ser:
+Jesús dijo: “el árbol se conoce por los frutos” (Mt 7, 20). Si los efectos de nuestras acciones, pensamientos y deseos son negativos, desintegrados o limitantes entonces el mal espíritu está detrás de ellos.
+Trabaja en lo secreto, es decir, tiende a ocultar su acción y se hace más fuerte con la duda, el miedo o las dificultades. Si no se puede mostrar ante los demás, quiere decir que algo anda mal.
+Ataca siempre los puntos más débiles, fomenta vicios y recuerda dolores o carencias de nuestra persona que nos entristecen y podemos llegar a pensar que somos malos por naturaleza.
+Si la persona cede a las inspiraciones del mal espíritu (llamadas “tretas”) su fuerza aumenta y actuamos como sugiere.

Para superar el mal espíritu es necesario las siguientes actitudes:
-Ser perseverantes en la oración, sobre todo en la meditación de la Sagrada Escritura y en la práctica y vivencia de los sacramentos.
-Identificar el vicio o la tentación sugerida que lleva a actuar de esa manera, ponerle un nombre o palabra que le descubra.
-Realizar acciones que tiendan al bien, como trabajar y servir a los demás en vez de ser ociosos.

Ahora puedes hacer una revisión de tus movimientos internos y cómo se manifiestan externamente; recuerda que aquí estamos hablando más de nuestro ser personal y natural que de fuerzas externas (llámese ángeles o demonios) que actúen sobre nosotros. Es en todo caso descubrir lo que Jesús nos dijo: “Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. Del corazón proceden las malas intenciones” (Mt 15, 10-20).

lunes, 9 de marzo de 2015

Actitudes y disposiciones para un buen Discernimiento Espiritual

Para hacer un buen discernimiento espiritual es necesario tener en cuenta una serie de elementos básicos e indispensables, pues no solo basta con ser conscientes de nuestra realidad. En el artículo anterior, cuatro pequeños pasos fueron la preparación para poder iniciar formalmente un proceso de discernimiento, pero se trata del mínimo, ahora presentaremos lo que se exige para un buen proceso de búsqueda de la voluntad de Dios en la propia vida.
El discernimiento es una forma de mirar la vida, la propia historia personal con sus aciertos y errores; es darle sentido a cada experiencia y vislumbrar cómo Dios se ha revelado y sigue haciéndose presente en ellos. El discernimiento debe ser un proceso de crecimiento continuo, se trata de una búsqueda sincera y por supuesto requiere de paciencia y esfuerzo, dedicación y estudio, pero merece especial atención que se necesita aprender a ver, escuchar, verse y escucharse.

En la tradición judeo-cristiana el corazón es el órgano con el cual se tomaban las decisiones y no la cabeza y aunque en nuestra cultura occidental se ha dado paso a enaltecer la razón (cabeza) ha sido necesario voltear a ver y escuchar el corazón, no como el centro de los sentimientos y emociones, sino como el espacio donde el entendimiento y la voluntad se ejercen, por ello es necesario una búsqueda interior y es en el mismo corazón donde se encuentra la línea que divide lo bueno de lo malo, ahí se descubren las propias motivaciones, los intereses personales, lo oscuro y lo luminoso de nosotros mismos, es más, ahí están las respuestas de nuestra existencia, pero hay que descubrirlas y liberarlas de lo que las oculta o no permite verlas con claridad.

El discernimiento es también un camino de liberación, sí, pues hay muchas esclavitudes que nos impiden caminar, como una idea errónea sobre nosotros mismos o una mala experiencia que ha quedado arraigada en mi actuar. El discernimiento ofrece herramientas que nos liberan, que nos hacen más auténticos, conscientes, pero exige el dejarse ayudar para lograrlo.
Recordando un poco otros elementos del discernimiento podemos ahora presentar algunas disposiciones necesarias para un buen discernimiento. En tu proceso personal puedes clarificar si estás disposiciones están presentes o es necesario comenzar a practicarlas.

a)      Recta intención. ¿Qué quieres elegir? La recta intención consiste en elegir lo mejor o lo más adecuado para la propia vida según nuestra opción de vida. No se trata de elegir entre una cosa buena o mala, porque la segunda de entrada no debería elegirse, sino que se trata de elegir entre dos opciones que son buenas en sí, pero vamos a discernir cuál es la mejor de las dos. Para lograr una recta intención se necesita tomar conciencia de nuestras motivaciones a la hora de actuar y a ello ayuda el conocimiento propio para estar firme en lo que se quiere elegir. Personas tibias que van de aquí para allá decidiendo entre una cosa y otra a cada momento no llegarán lejos.

b)      Silencio interior. ¿Qué quiero escuchar? Nunca se escucha a alguien cuando hay mucho ruido. Si queremos escuchar a Dios y escucharnos a nosotros mismos es necesario guardar silencio, y éste debe ser exterior e interior. Para discernir hay que hacer un alto en el camino. La soledad y la quietud son aliadas del silencio, de hecho, solo cuando estamos a solas y en silencio descubrimos lo que queremos en realidad o analizamos lo que hemos vivido con mayor luz. El silencio exterior se logra cuando nos apartamos a un lugar quieto y en calma como el bosque o fuera de la ciudad, pero en nuestro interior también hay mucho ruido y es necesario aquietarlo. Las preocupaciones y problemas de la vida son los que lo provocan, hay que despejarnos del mismo, una primera ayuda ya nos la da el estar físicamente en un lugar tranquilo, pero también es necesario para lograrlo la concentración, la calma, la paciencia, la reflexión. Reconocer que hay ruido dentro de nosotros es el primer paso para acallarlo, solo cuando le ponemos atención a todas esas palabras que hay dentro de nosotros y les ponemos atención entramos en la dinámica de la escucha y ésta posibilita oír la voz de Dios que paradójicamente habla en el silencio y no como estamos acostumbrados a escuchar a los demás.
El silencio es una actitud indispensable en el discernimiento y generalmente es lo que más nos cuesta cultivar. Estamos acostumbrados al ruido y a la actividad, pero en la vida es vital guardar silencio y estar en calma, es una necesidad y no un privilegio, así que si tu vida es demasiado activa que no te des tiempo para el silencio y la calma ¡cuidado!

c)       Tiempo oportuno. ¿cuándo discierno? Se trata de dedicar con calma y responsabilidad un espacio para su ejercicio y no actuar de manera impulsiva. Muchas crisis en la vida son producto de no haber realizado un discernimiento en el tiempo que lo requería, por ello, hay que estar atento a la propia vida, ella nos da señales en las experiencias y situaciones vividas, cuando ya hay molestia interior o no sabemos qué hacer, es momento de apartarse para discernir.

d)      Apertura. El discernimiento se realiza en libertad y apertura. Esto quiere decir que necesitamos estar con las manos vacías de ideas, presupuestos, intereses. La recta intención nos lo recuerda. No podemos aferrarnos a algo para discernir, porque ahí ya hemos tomado una decisión sin saber si ésta es buena o mala en el propio caminar, ahí ya no tiene cabida el discernimiento. Estar abierto es también permitir vernos a nosotros mismos con nuestras zonas oscuras, a nadie le gusta ver lo “malo” que tiene, y muchas veces nos defendemos y atacamos para que nadie se dé cuenta de ello, pero el discernimiento pide lo contrario, pues solo cuando logras descubrir y asumir responsablemente esas tendencias e intereses propios, dudas y errores, solo ahí se da el paso para crecer y para decidir objetiva y acertadamente.
 
e)      Confianza. El miedo paraliza nuestras acciones y también las decisiones. El discernimiento pide una actitud de confianza, así se podrá afrontar la propia vida sin temores. La confianza da la certeza que lo que decida libremente y con sus consecuencias es lo mejor para mi propio proceso, de otro modo, nos viviremos en la angustia de no saber si lo que decidí fue lo mejor o no. Siempre que se discierne existe la posibilidad de una solución.

f)       Acompañamiento. Ya lo hemos abordado un poco pero necesario reforzarlo. El discernimiento no se realiza en solitario, se hace con la compañía de los demás. Necesario confiar en personas prudentes y sabias, no solo los amigos o personas de confianza.

g)      Discernimiento fraterno. Algo muy descuidado en nuestro tiempo es que las decisiones que tomamos afectan a los demás, a nuestro entorno, por ello se hace indispensable que los compañeros de camino (familia, pareja, comunidad, amigos, etc.) tengan un papel importante en el discernimiento, su voz también debe ser oída, sino caeríamos en un individualismo tremendo. Se trata que en familia/comunidad se elijan las opciones adecuadas para vivir el proyecto de Dios que no nos salva aisladamente sino de manera comunitaria.


Esta serie de disposiciones son una base segura para discernir correctamente y que las decisiones que de él surjan sean adecuadas para tu propio caminar. Recuerda que deben estar presentes en todo el proceso del discernimiento y tener una revisión constante. 

martes, 10 de febrero de 2015

El Discernimiento Espiritual

En el Acompañamiento Espiritual existe una herramienta de vital importancia, el Discernimiento Espiritual, de hecho, un verdadero acompañamiento espiritual no puede llevarse a cabo sin la vivencia de un discernimiento espiritual, pero ¿qué es discernir? La palabra “discernir” viene del latín y significa distinguir una cosa de otra, es decir, encontrar la diferencia que existe entre dos cosas. El discernimiento sin más será entonces examinar con cuidado una realidad, poner en claro una situación que toca nuestra vida. Ahora, si a esto le agregamos la parte espiritual, entonces nos encontramos que “el discernimiento espiritual es la búsqueda, clarificación y  ejecución del plan de Dios en nuestra vida”; sí, Dios tiene un proyecto de salvación para ti, para mí, para cada uno de nosotros, y ha querido que participemos directamente en él, por ello, hay que discernir nuestra vida a la luz de Dios y su acción.

El jesuita Juan Segarra, fiel a la tradición de san Ignacio de Loyola, a quien le debemos mucho en materia de discernimiento espiritual, explica en breves y sencillas preguntas y respuestas los tiempos y espacios del discernimiento espiritual. ¿Quién es el que discierne? Un creyente, pues busca en cualquier situación de su vida a la luz de Dios hacer su voluntad. ¿Qué se discierne? La propia vida, cada experiencia y situación de la misma. ¿Cuándo se discierne? Siempre, pero merecen especial atención, las situaciones ambiguas, oscuras, importantes y perplejas de la vida. ¿Cómo se discierne? Solo se puede hacerlo en libertad interior. Se discierne con la cabeza, con el corazón, con la vida, en silencio, sin prisa ni apuro, en oración, tomando consciencia, a través de mediaciones humanas (emociones, sentimientos, ideas, discursos) y espirituales (consolaciones, desolaciones); se discierne de manera personal porque es nuestra vida el objeto de ese discernimiento, pero también de manera comunitaria, pues no podemos hacerlo solos, necesitamos la ayuda de los demás. ¿Para qué se discierne? Para darle la centralidad a Dios en nuestra vida y darle un sentido a la misma.

El Discernimiento nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, a encontrar a Dios en nuestra vida y a encontrar su voluntad en nosotros, esa que no es imposición, sino amor por vernos a así como nos creó. San Pablo recuerda en una de sus cartas “En todas las cosas, interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8, 28); Dios no es ajeno a nuestra vida, Él nos acompaña siempre, está presente en cada acontecimiento que vivimos y quiere que seamos conscientes de ello; nos ofrece además lo necesario para descubrirlo, conocerle y amarle, pero también para sentirnos amados por Él, para conocernos a nosotros mismos y quedar llenos de su vida, que es Él mismo y que se haya escondida en nosotros y hay que descubrirla día a día.

En el artículo anterior de esta pequeña sección hablábamos de la vida en el Espíritu, pues el discernimiento nos ayuda a clarificar la presencia del Espíritu Santo, que recibimos en nuestro bautismo y fue renovado en la Confirmación, y sus invitaciones dentro de la búsqueda de la voluntad de Dios. El mínimo necesario para un iniciar un proceso de discernimiento espiritual es tener una cierta madurez humana, una capacidad de mirarse a sí mismo, es decir, tener un conocimiento personal sólido, desde lo físico hasta lo psicológico, pues si lo que se discierne es la propia vida a la luz de Dios, qué vamos a discernir si no tenemos claro cómo estamos en estas áreas tan importantes de nuestra vida, mucho menos podremos clarificar las mociones de Dios sin un conocimiento propio. También es importante tener una asimilada experiencia básica de fe, pues como creyentes vamos a distinguir lo que Dios quiere de nosotros con su luz y presencia, así sabremos reconocer los parámetros que nos señalen cuando seguimos o no, los caminos de Dios.

Todos nosotros decidimos a cada instante de nuestra vida. Hay situaciones donde es muy claro tomar postura y actuar, pero existen otras donde no podemos apresurarnos a decidir cómo enfrentarlas, debemos detenernos a examinar detalladamente la situación para saber cómo hacerlo. Todas las situaciones que vivimos son objeto de discernimiento, hay unas menos complicadas que otras, pero todas merecen nuestra atención para confrontarlas a la luz del proyecto de Dios en nuestra vida.
Como el discernimiento espiritual lo puede y debe practicar el creyente, comparto algunas cuestiones prácticas que nos pueden ayudar a iniciar con nuestro propio discernimiento teniendo en cuenta que también es necesaria la ayuda de un acompañante o director espiritual que nos guíe en dicho camino.
Ante las situaciones que vives a diario, o de las que interiormente descubres a primera vista que es necesario pensarlas mejor antes de decidir, o ante alguna situación que genera en ti sentimientos ambiguos o conflictivos conviene comenzar con lo siguiente.

1.- Hazte consciente de lo que sientes: identifica que sentimientos y emociones provoca en ti tal o cual situación a discernir. Si te sirve, todo esto lo puedes escribir en una libreta para que lo tengas más a tu alcance y no lo olvides rápidamente. También debes ponerle atención a tu cuerpo. Qué reacciones físicas te provoca esta situación, y por último que ideas y pensamientos me surgen de acuerdo a ella.
2.- Una vez que eres más consciente de lo que vives frente a esta situación, es tiempo de buscar por un lado qué la provocó y por otro qué solución le quiero dar. En el primer caso hay que ver la situación de manera integral, ¿qué pasó? ¿Cómo lo viví? ¿Quienes actuaron en ello?, etc. Y por el otro, ¿qué quiero hacer con esta vivencia?, o ¿cómo decido hacerle frente? ¿Qué aprendo de esto? ¿Qué puedo cambiar? ¿Qué postura tomo frente a ello?
3.- Para tomar una decisión es necesario tener al menos dos opciones o alternativas, éstas hay que pesarlas como en una balanza, con sus pros y sus contras. Esto te ayudará a distinguir que acción es más viable para ti, además utiliza tu intuición para ello, cuando una persona es sincera y muy consciente de sí misma, sabe lo que quiere y lo hace.
4.- Cuando hablamos de hacer un discernimiento de tipo espiritual, este implica más elementos. En este punto no agota en nada todo lo que un discernimiento de tipo espiritual exige, es solo una herramienta primera. La decisión que has elegidos hay que verla a la par de lo que nos dice el evangelio, así como una comparación entre ambas, donde si tu elección concuerda con la praxis de Jesús entonces vas por buen camino, pero debes tener en cuenta las consecuencias de cada elección, eso es ser responsable y libre a la vez.


Inicia este camino practicando estos sencillos y breves pasos en lo cotidiano de tu vida, pues es desde ahí donde encontrarás poco a poco la luz interior propia y la que Dios ha puesto en ti, recuerda lo que Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

domingo, 11 de enero de 2015

Senderos del Espíritu, el camino del acompañamiento espiritual.

Estos pequeños artículos quieren ser un apoyo para todas aquellas personas que sienten o tienen la necesidad de ser guiadas, pero sobre todo acompañadas, desde el ámbito espiritual, sin por ello dejar de lado todas las dimensiones que poseemos como personas. Para ello es necesario que conozcamos primero qué es la espiritualidad para después comprender que implica el acompañamiento espiritual.

La “Espiritualidad” es una forma o estilo de vida. En nuestro caso, es la forma concreta de vivir nuestro ser cristiano, es la vida misma. Espiritualidad, viene de la palabra espíritu, la cual tiene un triple significado, pero que nos ayudará a comprenderlo mejor en nuestro ser. Significa desde la pneumatología (estudio del Espíritu Santo) el mismo Espíritu de Dios y su ser divino y transformante, la tercera persona de la Trinidad; desde la teología (estudio sobre Dios), es la vivencia que tiene el cristiano de ser animado y guiado por el Espíritu en su propio espíritu; y desde la antropología (estudio sobre el Hombre) las facultades humanas interiores y superiores.  

Las tres tienen que ver con un todo, pero la segunda es la que nos acompañará en este camino, es decir, la referencia explícita de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida, nuestro ser. Si la espiritualidad es un estilo de vida, podemos ahora comprender entonces que se trata de la vida en el Espíritu Santo, mi vida, tú vida, la vida de cualquier cristiano a la luz y acción del Espíritu de Dios.
Si estamos contemplando nuestra vida a la luz del Espíritu y su acción, entonces no es válido fragmentar las áreas de nuestra persona; la acción del Espíritu toca toda nuestra vida y persona. Nuestro físico, nuestra psicología, nuestro carácter, nuestros comportamientos, acciones, ideas, deseos y aspiraciones tienen que ver con el Espíritu, la diferencia estará en ser conscientes de su acción en nosotros mismos.

La espiritualidad tiene un doble movimiento complementario, es un por lado la acción del Espíritu en nuestra vida, y por el otro, el desarrollo de todas las capacidades humanas en nuestra persona, ser lo que estoy llamado a ser, en otras palabras: la iniciativa de Dios que se acerca al hombre para comunicarle su vida y la respuesta del hombre ante el proyecto de Dios, que después se concretizará en acciones específicas,  por ello, santos como Francisco de Asís han desarrollado una espiritualidad concreta en la que se vislumbran estos dos movimientos: la acción que el Espíritu Santo tuvo en la vida del pobrecillo y cómo él desarrollo y potencializó las áreas de su ser.

Todo esto nos abre la puerta para afirmar que cada persona tiene una espiritualidad concreta y única, pues el Espíritu Santo actúa en cada persona de acuerdo a sus capacidades y necesidades y cada persona las vive y desarrolla según su ser, pero ambas están dirigidas a una única cosa: vivir la vida divina, la vida de Dios.

Se introduce así en nuestro contexto el término vida espiritual, aunque tengamos que expresar que se quiere decir con ello. De entre todos los seres de la creación, el hombre posee unas características propias y más desarrolladas, comenzando por el físico y su estructura, posee además una capacidad sensorial que abarca esferas amplísimas, incluso extrasensoriales y parapsicológicas. Tiene una emotividad-afectividad, que son sus sentimientos, emociones, deseos, afectos, tendencias que forman parte de su expresión personal. Todo esto le permite establecer relaciones a otro nivel más profundo que los animales.

La dimensión mental, la valoración y la apertura a lo trascendente son capacidades únicas y superiores de la vida humana. La primera nos ofrece la capacidad de aprender, recordar, analizar, pensar, abstraer, formar conceptos e ideas, formular juicios, sintetizar, elegir, rechazar, tomar decisiones, etc., se sintetiza en las potencias del hombre: memoria, inteligencia y voluntad.
La parte axiológica da al hombre el poder usar su libertad para valorar y decidir desde la moral. Es la capacidad de asumir y ser responsable de las acciones que hace, capaz de ser y aspirar a la justicia, lealtad, respeto, solidaridad, servicial, honestidad, felicidad, etc.
En la apertura trascendente las otras dos encuentran una nueva dimensión, una vez que nos descubrimos a nosotros mismos y descubrimos a los demás, hay una ansía de traspasar lo finito, ir más allá de la propia existencia. Los deseos de trascender solo se viven a partir de experiencias y contactos con lo que llamaríamos el Ser Absoluto. Desde el cristianismo este Ser es Dios, el Dios de Jesucristo que trae una vida nueva.

Hemos dado con un elemento clave: experiencia. La vida solo se vive a partir de la experiencia, si no queda hueca, vacía y sin sentido. La experiencia, según Fr. Rafael Checa, es un conocimiento consciente de las situaciones, circunstancias, lugares, de las personas y su misterio. Compromete a toda la persona y sus dimensiones, produce nuevos efectos dejando una serie de transformaciones en la conciencia humana.

El punto de partida de la experiencia espiritual o vida espiritual cristiana es la experiencia humana. Con nuestras dimensiones humanas podemos acercarnos y experimentar la vida de la que Dios quiere hacernos partícipes. Nuestra dimensión espiritual es consecuencia del contacto entre nuestra experiencia humana y el misterio de Dios que se acerca y quiere relacionarse con el hombre.  La relación con el Dios que nos revela Jesucristo es la experiencia espiritual cristiana.

Luis Jorge González tiene una definición bellísima de la experiencia espiritual cristiana: “Es la conciencia de la relación entre el Dios vivo que irrumpe, santo y amoroso y el hombre que tras de buscarlo, lo encuentra a través de mediaciones que le pueden ser fruitivas y gratificantes o desoladoras y dolorosas”. Todos tenemos la capacidad de vivir la experiencia espiritual cristiana, pues ésta no está lejana a nuestra propia vida, quien vive cristianamente, comienza a vivir la vida de Dios desde su propia vida.

El acompañamiento espiritual viene a reforzar y ayudar en el desarrollo y crecimiento espiritual de cualquier cristiano, su tarea es ayudar, dar apoyo, acompañar procesos y sobre todo descubrir las mociones del Espíritu en la vida del que se deja acompañar.

Antes de buscar un acompañamiento espiritual es necesario descubrir en nosotros mismos necesidades y tener un panorama general de nuestros procesos y caminos, estas preguntas te pueden ayudar a tener un panorama amplio de tu realidad presente.

¿Cómo vives tu ser cristiano? ¿Qué tan consciente eres de la acción del Espíritu Santo en tu vida? ¿Qué aspectos de tu propia vida vislumbran tu propia espiritualidad? ¿Cómo estás en tu dimensión física, psicológica, emocional, en tus valores, etc.? ¿Vives de manera integral tu área espiritual con las otras dimensiones de tu persona o la vives de manera exclusiva y en ciertos momentos? ¿Cómo es tu relación con Dios?


Bibliografía: Maccise Camilo, El camino cristiano en la historia, CEVHAC, México 1989. / Ruíz Salvador Federico, Caminos del Espíritu, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1998. / Checa Rafael, La Pastoral de la Espiritualidad Cristiana, Progreso, México 1992. 

martes, 25 de noviembre de 2014

La fraternidad: amor que trae la paz y la unidad.

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna (Jn 3, 16). La presente expresión bíblica tiene un trasfondo impresionante, se trata en definitiva de la acción de Dios Padre sobre toda la humanidad, y por ende sobre toda la creación, es el resumen de su proyecto, de su obra redentora.

Jesucristo, el Hijo de Dios vino a proclamar la Buena noticia ¿cuál? Pareciera irónico decirlo ya que en nuestro mundo actual tan infestado de negatividad y malas noticias qué puede haber de bueno en una noticia de hace dos mil años.
Esa buena noticia anunciada por Jesús de Nazaret es que ha llegado el año de gracia del Señor, ha llegado la liberación y la fraternidad. Entiéndase estos términos desde Dios que son mucho más profundos y radicales, pues tocan a la persona misma en lo más profundo de su ser y no desde la mentalidad del mundo.

Jesús es el profeta del reino de Dios, éste no es otra cosa que experimentar el amor de Dios que está entre nosotros, teniendo como ley el amor, es decir, relaciones justas y fraternas con los demás, con Dios y conmigo mismo. Un profeta es aquel que está lleno del Espíritu de Dios y anuncia sus palabras y hace sus obras; esto quiere decir que Jesús ha tenido originaria y fundamentalmente una experiencia de Dios, de su Padre y ha quedado lleno de su Espíritu confirmado en el Bautismo de Juan, lo único que hace es compartir con toda su fuerza dicha experiencia con palabras y obras. Es una acción profundamente trinitaria.

El proyecto del Padre no es otra cosa que formar una familia, para ello ha engendrado en la historia a su Hijo unigénito, es el hermano mayor, el que nos hace hijos en Él, el que nos muestra al Padre, su padre, nuestro padre. Y si Dios ha querido formar una familia, se comprende porque hay un Padre y hay un Hijo, de ahí que la fraternidad (familia) sea el motor que mueva el reino de Dios.
Todo lo que dijo e hizo Jesús lo vivió del Padre, de su relación íntima y profunda; por ello, el Hijo es el que puede llevar a cabo toda la obra de salvación del Padre, el Hijo ha sido enviado y entregado a los hombres, porque el Padre le ha puesto todo en sus manos (Jn 3, 35). Dios nos ha amado en el amor y entrega de su Hijo, de ahí que Jesús nos amara hasta la muerte, porque la experiencia de ese amor entre Él y el Padre en el Espíritu es infinito y desbordante que no habría otra cosa más que compartirlo y envolver a toda la humanidad, a toda la creación en él.

El Hijo (Jesucristo) se ha vuelto hacia nosotros para amarnos con el mismo amor que le ha amado el Padre. La gracia que supone este amor es el mismo Jesús que a través de ese amor logra liberar a todos, los acoge a todos, los hace hijos del Padre y hermanos suyos; les da la vida divina a todos. La gracia es el mismo Hijo del Padre, por ello él es Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) , la vía de acceso a Dios Trinidad.
Dios nos ha abrazado con el mismo abrazo que da a su Hijo en el Espíritu, lo ha envuelto todo con su amor, cómo el Padre me ha amado, así les amo yo (Jn 15, 9); somos familia de Dios, familia de hermanos donde resplandece el amor, la comunión del Espíritu, que nace de las entrañas del Padre y que en Jesucristo lo entregó todo para que todos fueran uno en él, como él es uno en el Padre.


Hasta la muerte de su Hijo quiso el Padre manifestar su amor infinito por el hombre en el Espíritu. Todo hombre que quiera acercarse a este misterio de amor, deberá experimentar primero su realidad de hijo de Dios y hermano de Jesucristo, impulsado por el Espíritu. Solo la experiencia de fraternidad (familia) nos abre el camino de acceso a Dios Trino, solo el amor nos impulsa a abrazarnos como humanidad entre nosotros y abrazarnos como humanidad con Dios. Esa es la vocación del hombre: el amor y la unidad. 

Hasta que la humanidad se viva como verdadera familia encontraremos paz y alegría entre nosotros, solo el Amor puede salvarnos de nosotros mismos y nuestro egoísmo destructor y alienante. Buscar amar siempre, abre tu corazón al amor y entrega el amor del que eres capaz. 

Por: Luis Javier Román Moya